—¿Y cómo te llamas? —preguntó el árbol.
—Marillo —respondió el pajarillo.
Ambos se miraron fijamente
el árbol notó su hermoso color
al canario le impresionó la paz que desprendía.
—Quisiera ser tan grande y fuerte como tú —trinó el pequeño.
—Tan fuerte que puedes sostener mi nido— replicó.
—¿Tienes algún problema con ser pequeño? —preguntó el árbol con un tono sereno.
—¡Pues ser grande y fuerte es lo que todo el mundo quiere! —contestó Marillo un poco indeciso.
El árbol respiró profundo
sintió como el aire rozaba cada una de sus hojas
y sonrió muy feliz, le encantaba que le preguntaran cosas
o simplemente se sentasen a su lado a recibir su sombra.
Miró a Marillo de reojo para confirmar que le veía,
luego de un rato respondió:
—A mi me parece que eres perfecto
tienes el color del sol en el firmamento
cantas hermosas melodías que me traen felicidad día a día
puedes volar y surcar los cielos en completa libertad
haces casas con palitos y puedes bañarte en una hoja
te envidiaría sino fuera porque amo ser lo que soy.
Marillo saltó de una rama a la otra,
parecía inquieto y algo contrariado
—Ahora me tengo que ir, pero me encantaría que continuáramos platicando más tarde, ¿te parece?
—Aquí estaré, no me moveré ni un centímetro.
y los dos soltaron una carcajada que hizo volar a varios periquitos que se encontraban en la ramas de su corona.
Marillo alzó vuelo, dio varios giros y se alejó.
El árbol sintió como su corazón se ensanchaba y continuó meditando.
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